10º aniversario Llar Àngel Guimerà

Per Esteban Miguélez Cabero
Llar Àngel Guimerà

Casa de acogida para gente en libertad después de cumplir condena

Normalmente se celebran los aniversarios. Pero hay cosas que cuesta mucho celebrar: no es para celebrar que nuestra sociedad del siglo XXI no haya inventado nada mejor que las cárceles para almacenar todo aquello de lo que quiere o necesita defenderse, encerrarlos allí y tirar la llave. La reinserción, en el mejor de los casos, sólo es una utopía para tranquilizar conciencias, pero es evidente que nuestras cárceles no cumplen esa misión que el art. 25.2 de nuestra Constitución les encomienda.

No se puede celebrar tampoco que a la salida de prisión, una persona que ha perdido todo después de pasar por ella (trabajo, familia, relaciones, vida y dignidad) no tenga un techo a donde regresar, porque la sociedad le sigue cerrando las puertas.  

Creo que no existen personas malas; existen personas que hacen cosas malas, porque existe la maldad y no sabemos qué hacer con ella. Y tampoco sabemos qué hacer con las personas que la sufren y la hacen sufrir a las demás. 

Las personas que han pasado en estos diez años por la Llar Àngel Guimerà no son mediáticas, no las conoce nadie y nadie las quiere cerca, pero en nada se diferencian de aquellos con los que te puedes cruzar cada día por la calle. ¿Por qué ellos y no yo?, es la pregunta que me sigo haciendo desde el primer día que entré en Brians 2 como voluntario. Si yo hubiera nacido en  otro país, en otra familia, en otras condiciones económicas, mi vida posiblemente no sería muy diferente de las vidas de los 1.549 internos que a fecha 4-diciembre-2019 llenan los pabellones de Brians 2.

Está claro que la existencia de la Llar Àngel Guimerá, una apuesta personal de Mn. Josep Mª Fabró, el cura de Brians 2 que ha dedicado 21 años de su vida a las personas privadas de libertad, no puede evaluarse con las estadísticas que en cualquier ámbito de nuestra sociedad sirven para medir el éxito o el fracaso de una actividad. Lugares como éste son necesarios para toda esa gente invisible que nuestra sociedad se esfuerza en no querer ver. Lugares donde pasar unos meses tranquilos, antes de intentar reiniciar la vida. Para mí, como voluntario, basta un apretón de manos o un abrazo que sirven para restituir algo de la dignidad perdida, un rato de atención a aquel al que nadie quiere escuchar, sacarle una sonrisa a una persona que no tiene ningún motivo para sonreír, y todo desde el corazón. 

Unos pocos de los que han pasado por la casa han conseguido rehacer mínimamente su vida. De los más, no sabemos nada después de haber pasado por ella. Es poco bagaje a celebrar, lo sé, pero esto solo, por pequeño que pueda perecer, da sentido a que una casa como ésta siga abierta después de diez años.

LLAR ÀNGEL GUIMERÀ

Este era el palacio de invierno
de los príncipes de la Nueva Libertad, con el cielo limpio,
libre de tormentas y santos nubarrones;
no se olvide, señor director, de tener siempre
la puerta abierta. 

Este era el santuario
de los pecadores irredentos y de los palomos cojituertos
que nadie quería en su palomar porque lo dejaban todo perdido;
téngalo presente, señor director. 

Este era el apeadero perdido
en el páramo donde ya no paran ni trenes ni oportunidades;
procure no obstante, señor director, tener siempre iluminada la taquilla,
por si alguno hace una excepción un día. 

Este era el faro encendido
en el país de las nieblas perpetuas.

Este era el beso de buenas noches
para aquellos que casi nunca tuvieron un buen día.

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